03 Noviembre 2022
Lorena Orduna Pons intuye el amianto. El material asesino. Así, sin tapujos, sin eufemismos. Probablemente, el que más cánceres ha provocado en el mundo en las últimas décadas. Tal es su precisión a vuela pluma que las máquinas de medición no hacen sino confirmar su perspicacia para detectar la presencia en las construcciones, en realidad en todas previas al 2002 en que la prohibición del uso del asbesto (el otro nombre del amianto) ha sido concluyente. El mineral impregna una gran cantidad de productos en la construcción e incluso en el textil laboral por su condición incombustible e incorruptible. Reunía todas las condiciones para su aplicación universal: "Fácil de extraer y de incorporar, barato y bonito, pero bueno..." Ese es otro cantar. Tras la Guerra Mundial fue la base para la recuperación de los destrozos ocasionados en Europa. En España, las fábricas de uralita acabaron ocasionando, silenciosamente, miles de víctimas entre sus operarios. Es precisamente en los Urales (origen del nombre de esas horribles techumbres) donde se explota el crisotilo, el amianto blanco, el último en pasar a la lista de los proscritos. La morfología de las fibras que se clavan en los pulmones es de serpentinas rizadas o anfíboles. Agujas, auténticos palos que contienen ferroactinolita, amosita, tremolita...
La crisis del petróleo de 1973 auspició el incremento de la importación de amianto. Una coyuntura funesta exige respuestas que en ocasiones no miran al futuro. "Son materiales baratos y fáciles de incorporar, con cuarenta años de vida útil". Muy adecuados para la construcción... pero a la larga el riesgo de cáncer se multiplica. No sólo en la edificación, también en la siderurgia o la metalurgia. De hecho, el mesotelioma es un cáncer específico de este mineral, que se ceba con el mesotelio, tejido que recubre los pulmones, el estómago, el corazón y otros órganos o al peritoneo, que reviste el abdomen. Es silencioso en su manifestación, pero la asbestosis (la consecuencia de la inhalación de amianto) es una cicatrización de las heridas que generan las fibras en forma de anfíbol (palo) y comienza a expresarse con tos, dolor en el pecho, problemas respiratorios...
Lorena Orduna, que comenzó en Arizón & Gracia como técnico en Prevención de Riesgos Laborales, Seguridad, Ergonomía e Higiene, hoy directora general de la compañía especialista por excelencia en tratamiento para la eliminación del amianto, se ha convertido en un referente nacional en la materia. De hecho, próximamente acude a impartir formación en Asprecat (Asociación Catalana de Entidades Preventivas Acreditadas) por encargo de Fomento del Trabajo (la principal patronal de la comunidad). Domina profundamente toda la normativa, incluso la última ley de mayo (la 7/2022) que incide en la figura de los inspectores de edificación preparados para afrontar este problema.
El amianto, asegura Lorena, es una plaga que no se ve pero enferma y mata. La utilización de fibrocemento en las construcciones ha sido intensiva, tanto en edificaciones privadas como en instalaciones públicas (incluidas las deportivas), y especialmente en aquellas con 40 años de antigüedad en que se estima el fin de la vida útil del material. Las fibras, entonces, se rompen con el material, se desprenden y el amianto se mueve por el aire (vuela hasta doce horas) e incluso impregna el agua que bebemos. En esas 12 horas, el 20 % de las fibras acaban en el aparato respiratorio. "Es una de las causas asociadas al aparato digestivo, aunque hay muchos cánceres que se le pueden asociar".
La retirada de amianto exige una gran preparación y también protección de los propios operadores. Salimos con Lorena al balcón de EL DIARIO DE HUESCA. Pregunto a su ojo avizor qué edificios de los que vemos contiene amianto. Son pocos, porque son muy antiguos. Pero su vista enseguida se fija en dos canaleras con pintura distinta. "Esas seguramente contienen amianto". "Todo depende del tipo de edificación y de los materiales, del año de construcción, de los procesos de renovación y del tipo de uso". Eso sí, no puede ser más tajante en su sentencia: "Todos los edificios previos a 2002 tienen amianto. Sí o sí. Cuando voy a inspeccionar, el 98 % de los edificios los clavo: hay amianto".
Lorena Orduna confía en que las prescripciones de la nueva ley contribuyan a acabar con el amianto. La Unión Europea había marcado el 2030 como el año para la eliminación del asbesto, pero se ha ido retrasando porque sólo países como Holanda, Bélgica y Francia "se han puesto las pilas. España, no". En Aragón, desde hace años funciona el grupo Stop Amianto impulsado por Gobierno de Aragón, Comisiones Obreras y la Fundación Ibercivis.
Afirma la directora general de Arizón & Gracia que es preciso un inventario de edificios con amianto, detectar los problemas y luego sanearlos. "No se quita de cualquier manera. Son necesarios especialistas para que no haya peligro ni para los usuarios ni para ellos. Han de tener el EPI (Equipo de Protección) apropiado, hay que aplicar muchos métodos para evitar que se contamine el ambiente". Recuerda Lorena que el amianto ha sido utilizado en tiempos incluso para ropa laboral de bomberos por su condición incombustible e incorruptible. Tras este ínterin, extrema la voz de la prudencia para recordar que incluso hay que controlar los depósitos para constatar la idoneidad de las aguas subterráneas. Y lamenta que el desconocimiento incluso en algunas administraciones haya provocado tragedias como la reciente del vertedero de Zaldívar y los dos muertos de un derrumbe que vino provocado, asegura, por estar colmatado hasta más del doble de su capacidad, con sus gases y su amianto correspondientes.
En su erudición en esta disciplina, Lorena Orduna remonta las referencias a Plinio el Viejo y su alusión a los trapos húmedos en la boca y la nariz que los esclavos más avispados se ponían para evitar los males presumibles del polvo que surgía de sus trabajos de edificación.
Si las muestras más antiguas se alojan en el año 2600 antes de Cristo en Finlandia, este material es apreciable hoy en las Cariátides de la Acrópolis de Atenas y las ánforas con material de amianto para la luz.
Las alarmas saltaron en 1940-50, cuando se desveló el riesgo cancerígeno. Ya surgieron focos de presión social en Europa, pero la resistencia a la verdad quedó comprobada en la Exposición Universal de Nueva York de 1939 con un muñeco gigantesco cincelado sobre amianto a granel. En la película La Quimera de Oro, en la escena de Charles Chaplin rodeado de nieve, el efecto blanco se logra con amianto blanco. Tras los atentados del 11-S en las Torres Gemelas, la cantidad de amianto expuesta fue inconmensurable y, de hecho, el incremento de muertos posteriores por cáncer está científicamente atribuida a la inhalación de las fibras aquel fatídico día.
Eliminar el amianto es una tarea urgente. Hacerlo con una empresa de confianza, especializada, como es el caso. Que distinga el friable (las fibras no están unidas a ningún otro material y se desprenden fácilmente para invadir el aire que respiramos) y el no friable (mezclado con cemento o cola, por ejemplo en la uralita, canalones, depósitos, conducciones, maceteros e incluso pavimentos con vinilo, cuyo riesgo se manifiesta cuando empieza a estar en mal estado). Al final, millones y millones de toneladas de amianto nos rodean. "Es un problema de salud pública. No se ve, pero enferma y hasta mata".
Fuente: www.eldiariodehuesca.com
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