26 Septiembre 2023
Martín Paredes recibió la noticia de que tenía asbesto en el cuerpo como quien recibe una sentencia de muerte.Tenía 50 años y llevaba 27 trabajando en el subte. Era conductor en la línea B, previamente había sido boletero y guarda. Fue testeado a fines de 2019 pero, pandemia de por medio, los resultados llegaron recién en noviembre de 2020. El diagnóstico era neumoconiosis, una enfermedad pulmonar por inflamación de pleura causada por la inhalación de fibras de asbesto. Regresó a su casa preso de la incertidumbre. Pasó las siguientes tres noches sin dormir. Tumbado en la cama, a oscuras y en silencio, sacaba todo tipo de cuentas. Calculaba cuántos años más tenía que vivir para ver a su hija más chica, que entonces tenía 10 años, egresar de una carrera universitaria. Cuántos años lo “necesitaría vivo” su mujer para criar a sus tres hijos. Cuántos debería vivir para conocer a sus probables nietos. “Empecé a pensar en todo lo que no iba a poder ver, ni disfrutar de su vida. Hice cuentas de cuantas cosas hice en la vida, cuantas no pude hacer y cuantas no llegaría porque mi expectativa de vida de golpe se había reducido”, dijo a elDiarioAR.
El asbesto, también conocido como amianto, es un mineral de origen natural en forma de fibras indestructibles. Cuando sus microscópicas fibras vuelan son respiradas y se clavan profundo en el pulmón produciendo diversas patologías como fibrosis pulmonar o cáncer. La Organización Mundial de la Salud (OMS) lo reconoció en la década del cuarenta como un cancerígeno humano. Está prohibido su uso y comercialización en más de 80 países. En Argentina, está tipificado como cancerígeno desde 1979 y totalmente prohibido desde el 1 de enero de 2003. Sin embargo, los trabajadores denuncian que permanece presente en todas las líneas de subte, en las formaciones (pese a la prohibición Mauricio Macri en 2011 compró vagones con asbesto al Metro de Madrid), instalaciones fijas (como centros de transformadores eléctricos, bombas de agua, cañerías, escaleras mecánicas, aislaciones de motores) y hasta en los túneles.
Los trabajadores del subte reclaman desde el 2018 la total desasbestización. Fueron ellos mismos quienes, ante la negativa de la empresa concesionaria del servicio Metrovías, mandaron a analizar distintas piezas de los subtes y descubrieron la presencia del mineral. Sólo este año llevan hechos 22 paros por ese motivo. El último fue este viernes por la noche. Piden que se reduzca la jornada laboral para disminuir la exposición y así disminuir el riesgo a enfermarse.
Sobre este reclamo, la secretaria de Transporte y Obras Públicas de Ciudad de Buenos Aires, Manuela López Menéndez, dijo a elDiarioAR que “las denuncias de la Asociación Gremial de Trabajadores del Subte y el Premetro (AGTSyP) son una excusa para negociar condiciones laborales. Cuando los metrodelegados parten diciendo que quieren un día más de descanso y terminan denunciando el asbesto, hay algo incoherente. No hay justificación para que trabajen menos horas por el mismo sueldo.”
Lauro Luna, conductor de la línea D desde hace casi 30 años, se enteró de que tenía una asbestosis, enfermedad pulmonar crónica por la inhalación de las partículas o las fibras de asbesto, haciéndose estudios de rutina en 2011, mucho antes de que se conociera su presencia en el subte. Se lo detectó su neumonologa, quien le indicó dejar de trabajar en el subte. Luna presentó el informe hecho por la profesional al servicio médico de la empresa y el jefe de área lo desestimó. “´¿Dónde estudió esa neumología?`, me preguntó y me dijo con ironía: ‘Acá tenemos el aire más puro que los Bosques de Palermo`”, recordó el trabajador.
Luna no abandonó su puesto y se expuso al asbesto por 10 años más, hasta que en 2021, con la aparición de otros casos como el suyo, la empresa y la ART Galeno se vio obligada a reconocer que se trataba de una enfermedad profesional. “Tener que seguir trabajando después del diagnóstico para mi fue una tortura. Una sola fibra de este mineral te hace daño, yo ya estaba enfermo, imaginate seguir inhalando durante años. Ni siquiera me redujeron el horario. Yo sentía como me iba enfermando”, recordó.
El caso de Eduardo Miño fue distinto. Cumplía funciones en el taller de la Medalla Milagrosa, en la línea E, desde 1997. Hacía trabajos de herrería, de reparación y limpieza de bombas, de escaleras mecánicas. Manipulaba piezas con asbesto constantemente. Según contó, la empresa nunca le brindó el equipamiento adecuado para trabajar con ese mineral, ni siquiera cuando se prohibió su uso y se supo de sus consecuencias letales.
Cuando comenzaron a testear a los primeros trabajadores, el taller de Mario no entró en el Registro de Agente de Riesgo (RAR), elaborado por la ART. Anoticiado de las consecuencias del asbesto pidió al sindicato ayuda para que los incorporasen y así fue meses más tarde que pudo hacerse los estudios.
“En 2021 me detectaron neumoconiosis, mi pleura estaba engrosada. Cuando me vio el neumonólogo del Hospital Británico me dijo ´lo suyo no es para alarmarse mientras que haga una vida tranquila`”, contó. Le dieron licencia médica y con sus 63 años decidió quedarse en su Montegrande natal, en donde reducía las posibilidades de cruzarse nuevamente con el asbesto.
Cuando Daniel “El Gallego” Fernández llegó al Hospital Británico una mañana de agosto de 2019 vio algo que lo preocupó. En la sala de conferencia se encontraba atestada de gente. Estaban los médicos de la institución, los consultados por el sindicato, profesionales de la ART y los representantes de la Superintendencia de Salud de la Nación. “Me imaginé que algo pasaba conmigo porque era una movida grande”, recordó en diálogo con elDiarioAR.
El cónclave de especialistas le informó que tenía un avanzado cáncer. Meses después, en noviembre de 2019, le extirparon medio pulmón. En ese entonces Fernández trabajaba como mecánico en el Taller Ferroviario Rancagua, ubicado abajo del Parque Los Andes, en Chacarita. Fue cinco veces delegado, peleó para que la empresa reconociera la presencia del material cancerígeno en todas las líneas y talleres del subte y fue uno de los primeros en ser testeado en 2019, cuando los trabajadores lograron que la ART les hiciera los estudios para detectar asbesto en su organismo. Su caso fue el puntapié inicial.
En el taller Rancagua trabajó también, durante 7 años, Jorge Pacci. Pacci murió en 2021 a los 56 años, tras padecer nueve meses de un mesotelioma de la pleura, un cáncer que fue fulminante. Había avanzado sobre las costillas, por debajo del brazo hasta el centro del tórax y era inoperable. Su familia denunció que la ART rechazó el caso porque Metrovías no lo había incluido en el RAR. En diciembre de 2021, su esposa hizo una denuncia penal contra cinco de los principales ejecutivos de la empresa concesionaria.
Los otros dos trabajadores que murieron son Jorge Bisquert, que se desempeñaba en Subestaciones, y Juan Carlos Palmisciano, a quien por estar jubilado al momento de fallecer la empresa no lo incluye entre la nómina de víctimas.
Su hija Jesica, quien trabaja desde 2010 en el sector estaciones de la Línea H, contó a este medio que Juan Carlos ingresó en 1973 como peón de limpieza. Luego fue guarda, conductor, maniobrista y llegó a ser supervisor en la estación de Primera Junta, de la Línea A. Se jubiló con invalidez, cuando tenía 50 años, tras sufrir un accidente.
En 2019, a sus 69 años, Palmisciano tuvo una caída que le produjo dolores muy fuertes en la espalda. Una batería de estudios determinó que se trataba de un cáncer de pulmón. “Me llamó mucho la atención que le diagnostiquen un cáncer de pulmón porque no era una persona fumadora. En mi casa siempre se habló de que los compañeros de mi papá se jubilaban y fallecían muy rápido. También que algunos enfermaban de cáncer. Empecé a investigar. El sindicato me contactó con una médica, le llevé los estudios y me dijo que no había dudas de que se trataba de un cáncer por la inhalación de asbesto”, dijo la hija.
La familia inició el año pasado una demanda a la ART para que la consideren como una enfermedad profesional. Según la historia médica, en el año 2000, cuando Palmisciano tuvo el accidente, ya tenía neumoconiosis. “No sabíamos qué era el asbesto. A partir 2003, cuando sale la legislación de la prohibición del amianto no se informó, ni explicó a los trabajadores como se debe trabajar con el material. Si nosotros hubiésemos tenido la información quizás hubiésemos prevenido que mi papá llegara con un cáncer tan avanzado”. Hoy son seis los trabajadores del subte que padecen cáncer por la exposición al asbesto. La Asociación gremial de trabajadores del Subterráneo y Premetro (AGTSyP) busca que se estudie la salud de los trabajadores también después de que se jubilen.
La vida de los 86 trabajadores del subte que conviven con una enfermedad producto de la exposición al asbesto cambió por completo. Deberán permanecer en vigilancia médica de por vida, al igual que aquellos que no se enfermaron pero trabajan el ámbito con asbesto. Pero además, tuvieron que dejar atrás una vida que durante años se organizó en torno al trabajo. Martín Paredes dijo: “Me mataron al sacarme del trabajo. Yo tenía mi rutina, que me ordenaba. Me levantaba todos los días a las tres de la mañana para tomar servicio, me juntaba con mis compañeros, me sentía útil. Ahora, con 54 años, me toca reinventarme”.
Paredes asegura que quiere trabajar pero que por recomendación médica no puede volver al espacio que tiene asbesto. “Hace dos meses la empresa me intima para que vuelva a trabajar pero sigue habiendo asbesto en nuestro lugar de trabajo y no puedo hacerlo porque agravaría mi condición de salud”, explicó.
En tanto, Luna contó que la asbestosis le produjo sufrir tos y la pérdida frecuente de la voz. “A veces tengo dolores en la espalda, puntaditas, que no son dolores musculares y pienso: `ojalá que no sea lo peor´”. Luna tiene un 11 por ciento de discapacidad pulmonar, determinado por la ART, y también es intimado por la empresa para que regrese a su puesto de trabajo.
Desde la actual concesionaria del servicio, EMOVA, aseguran que en las últimas mediciones realizadas, la cantidad de fibras de asbesto en el aire del subte están dentro del límite permitido. En un documento firmado por el director de Dirección General de Protección del Trabajo de la Ciudad de Buenos Aires, José Fernando Cohen, se asegura que la empresa EMOVA “no trabaja con las fibras del material directamente” y aclara que conforme a “los muestreos efectuados y el trabajo realizado hasta la fecha, los resultados de estas determinaciones (0,1 cm3) no superan los límites de Concentración Máxima Permisible (CMP) de Fibras de asbesto establecidos en la normativa vigente”.
En la misma línea, López Menéndez dijo: “Los elementos que están sospechados de contener asbesto son rotulados y ningún trabajador los manipula sin los elementos de protección adecuados para hacerlo. El proceso de desasbestización lo hace una empresa tercerizada, especializada en la temática. Y para mayor seguridad, tanto para trabajadores como usuarios, periódicamente realizamos estudios del aire que nunca dieron por encima de lo permitido por ley. Es decir, el subte es un lugar seguro tanto para trabajadores como para usuarios dado que no están expuestos a asbesto particulado”.
El proceso de desasbestización iniciado por la empresa y la Ciudad de Buenos Aires lleva sacadas alrededor de 90 toneladas. Los trabajadores calculan que hay más de 200 toneladas en toda la red subterránea y que de continuar con ese ritmo se terminará de sacarlas en quince años. Piden entonces un plan con etapas que incluya a varias empresas trabajando en simultáneo y un presupuesto acorde.
La secretaria de Transporte remarcó que “desde el 2018 se viene trabajando junto con los gremios en la desasbestización del subte. Se creó una comisión integrada por ellos, la empresa concesionaria, la Agencia de Protección Ambiental, la Dirección General de Protección del Trabajo dependiente de la Subsecretaría de Trabajo, la Superintendencia de Riesgo de Trabajo, el INTI y la Defensoría del Pueblo en la que se acuerda cada paso que se da.” Sobre la compra de formaciones con asbesto, la Ciudad informó que ya no están en circulación y que el 22 de octubre de 2019, SBASE interpuso demanda formal contra Metro de Madrid S.A. ante el fuero español por “los daños y perjuicios ocasionados” ya que no fueron alertados por el material que contenían.
Sin embargo, los trabajadores insisten que no debe haber ninguna fibra de asbesto en el aire y aseguran que la normativa actual es obsoleta. Francisco Ledesma, Secretario de Salud Laboral y Condiciones en el Medio Ambiente en el Trabajo de la AGTSyP dijo a este medio que “no hay nivel de exposición segura. Todas las mediciones que hicieron dan que hay presencia de asbesto y tiene que haber asbesto cero para garantizar que los trabajadores no se enfermen”.
Luna expresó el miedo a regresar a su lugar de trabajo: “No puedo volver sabiendo que en el subte hay asbesto y me puede seguir perjudicando. Yo fui uno de los primeros que tuve esa afección en la línea D y después cayeron cinco compañeros más y la empresa me sigue asegurando que no hay asbesto. Solo puedo pensar que quieren que me muera”.
Luego de la operación de Fernández irrumpió la pandemia por coronavirus y por su delicado estado de salud estuvo casi tres años sin salir de su hogar. En el día a día, actividades como bañarse o subir escaleras se volvieron una proeza para él. “Ya no puedo subir escaleras, y menos con peso. Si subo a la terraza con una bolsa de carbón para hacer un asado me fatigo. Tampoco pude volver a la platea alta de Racing, a donde iba cada fin de semana y tengo que bañarme con la puerta abierta del baño porque el vapor me ahoga”, contó El Gallego, que con 58 años recibió la jubilación anticipada.
La experiencia de los trabajadores del Metro de Madrid, quienes les alertaron por los vagones con asbesto que compró Macri cuando era Jefe de Gobierno de la Ciudad, es un espejo -a futuro- para los trabajadores del subte. Cuando empezaron a enterarse de que los familiares de ellos también se enfermaban sintieron pánico. La fibra del asbesto se pega a la tela y los trabajadores durante años llevaron sus uniformes a sus casas para lavarlos. Tan solo con sacudirlos las fibras pudieron ser inhaladas por sus convivientes. “Pensar en que puedo enfermar a mis hijos es lo más angustiante. Mi hijo mayor estuvo expuesto durante 21 años, toda su vida, al asbesto que yo llevaba en mi ropa. Yo llevaba mi ropa, mi esposa la sacudía, la lavaba, la ponía con la de ellos. Una sola fibra de asbesto puede producir lo que me hizo a mí”, expresó Paredes.
Sobre los trabajadores que estuvieron expuestos al asbesto pende una espada de Damocles, un riesgo inminente. Es difícil predecir cuál será su estado de salud en el tiempo. Para este tipo de enfermedades respiratorias, existe un período de latencia, tiempo que transcurre entre la exposición hasta la aparición de los síntomas. Recién a los diez o veinte años de exposición pueden aparecer enfermedades benignas, como el derrame pleural o la asbestosis, y pasados los 20 años las placas pleurales. El cáncer de pleura y de pulmón se dan pasados los 20 o 30 años.
La neumonologa Liliana Capone, que trabajó más de veintisiete años en el consultorio de Patología Ocupacional Respiratoria del Instituto de Tisioneumonología Prof. Dr. Raúl Vaccarezza, dependiente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA) explicó a este medio que “se trata de una lotería. Las enfermedades más leves, como la neumoconiosis, no siempre se transforman en cáncer. Haber estado expuesto al asbesto no quiere decir que irremediablemente tenés un destino fatal pero para los trabajadores que están expuestos hace tantos años, la acumulación de fibra puede aportar el desarrollo de una enfermedad”.
Según Capone, no hay tratamiento para las enfermedades benignas,“ lo único que queda es no seguir exponiéndose al asbesto”. Cada uno de los trabajadores que estuvieron o están expuestos al asbesto llevan consigo entonces una bomba dispuesta a detonarse en cualquier momento.
Fuente: www.eldiarioar.com
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